Política interior y exterior
Las interpretaciones
de la política interior y exterior de Akhenaton van, según
los autores, de un extremo a otro. Unos le atribuyen un
pacifismo a ultranza, mientras que otros hablan de un belicismo
extremo en el exterior y de un modo de gobernar parecido al
de Hitler en el interior. No hay pruebas de ninguno de estos
extremos, y los indicios hallados son, a primera vista,
contradictorios.
Se sabe
que Akhenaton tuvo grandes ejércitos, como había tenido su
padre, pero, como en el caso de éste, no se le conocen
campañas de conquista. Sí hay evidencia, pero, de que hubo
constantes luchas en la frontera oriental, como revelan las
llamadas "cartas de Amarna", tablillas de escritura cuneiforme
de los reinos que mantenían correspondencia con Egipto. También
se sabe de una rebelión en Ikayta, Nubia, que fue reprimida
con empalamientos y con la deportación del resto de la
población.
Hechos como los
de Ikayta no serían nada extraño en el caso de reyes como
Amenhotep II o Mer-en-Ptah, pero chocan en el caso de
Akhenaton, no sólo cuando se le ve a través del prejuicio
pacifista, sino también cuando se evalúa en general su modo de
hacer. Un rey capaz de ordenar algo tan terrible contra una
población sometida que sólo ha matado a unos pocos egipcios
para cometer algunos robos, un rey así, decíamos, tendría que
haber gobernado Egipto con mano de hierro, y así lo creen
algunos autores, pero no hay evidencia de ello, sino más bien
de lo contrario.
La oleada
de corrupción que tuvo que afrontar el faraón Horemheb es
más propia de un Estado fallido que de un régimen totalitario.
Se podría pensar que la población se "soltó" tras la
dictadura de Akhenaton durante el reinado de Tutankhamon. Pero
resulta que Tutankhamon reinó bajo la regencia de Horemheb, y
ya entonces hubo que recomponer un gobierno bastante maltrecho.
Es cierto que, durante el reinado de Akhenaton, hubo en su
nueva capital una gran presencia militar y policial, pero al
mismo tiempo tenemos que hubo culto a Amón y hasta
fabricación de imágenes suyas dentro de Akhet-Aton, cuando en
una dictadura basada en el sectarismo religioso sólo se podría
esperar lo contrario. Para salvar esta contradicción se ha
dicho a veces que tal imaginería y culto son posteriores al
reinado de Akhenaton. Tal cosa no cuadraría con la creencia,
bastante común, de un abandono temprano de Akhet-Aton durante
el reinado de Tutankhamon. Y hay pruebas, además, de que la
ciudad seguía habitada en tiempos de Horemheb, que ordenó
erigir allí una estatua suya. No obstante, si bien ciertos
restos del culto tradicional egipcio en Akhet-Aton pudieron ser
posteriores al reinado de Akhenaton, como los hallados en
zonas habitadas por obreros, el contenido de la tumba real
tuvo que ser contemporáneo, y se han hallado, por ejemplo,
imágenes de Bes y Ta-Weret en la tumba de Meket-Aton, hija
de Akhenaton, depositadas allí ante los ojos del propio rey.
Todo ello plantea nuevas preguntas, pues, si Akhenaton no era
ni un dictador fanático ni alguien que aprovechó la religión
para establecer una terrible tiranía, ¿cómo se explican los
desastres interiores y exteriores que tuvieron lugar durante su
reinado e inmediatamente después?
Como
rspuesta, se han presentado diversas explicaciones, como la de
que Akhenaton era un pésimo político. En tal caso, ¿por qué
gobernó tan mal? No han faltado escritores que han insinuado
o afirmado claramente que Akhenaton era un estúpido, incluso un
subnormal al que hubo que esconder y para ello se creó la
nueva capital Akhet-Aton.
Que lo anterior es
un chisme sin base salta a la vista por varios motivos. El
primero es que, de no haber sido capaz de reinar, no le
habrían dejado, o, como mucho, lo habría hecho sólo nominalmente
bajo una regencia disimulada como corregencia. Pero tenemos que
Akhenaton fue faraón a todos los efectos al morir su padre, y
su nuevo corregente fue Smenkh-Ka-Re, su sucesor, mucho más
joven. Además, Akhenaton podía ser lo que fuera, pero sin duda
contaba con un buen equipo de funcionarios que para nada eran
tontos. Y si había perdido el apoyo del clero de Amón, el
de Atón de Heliópolis era depositario de la sabiduría egipcia
desde muchos siglos antes. Por otra parte, si de las
especulaciones pasamos a los hechos, veremos que Akhenaton
sobresalió por su inteligencia siendo muy joven, y que fue
precisamente ello lo que le llevó a enfrentarse con ciertos
sectores del clero amoniano. Su mal gobierno no pudo deberse,
pues, a un déficit intelectual.
Otra
explicación que se ha ofrecido es la de su extrema pasividad,
ya sea la del haragán que va de fiesta en fiesta sin
preocuparse por nada, o la del visionario enfrascado en la
religión que delega sus obligaciones seglares en otros, esta
vez ineptos o mal escogidos.
Que Akhenaton no
era precisamente pasivo lo demuestra que, con tan sólo
dieciocho años, se propuso algo insólito, sin que nadie de su
entorno pudiera estar interesado en ello : un templo de Atón
(o más de uno) en Tebas, dentro del templo de Amón. Y no
conforme con esto, el muchacho partió, con poco más de veinte
años, a fundar Akhet-Aton a un lugar donde no hubiese nada. No
se trata, pues, de un rey "pasota", como algunos han creído.
La explicación de que, ocupado en asuntos religiosos, Akhenaton
delegó en las personas equivocadas es mucho más plausible.
No es probable que hubiera ineptos en la corte de un faraón.
No cualquier escriba era aceptado como contable de una
hacienda privada, y menos aún como funcionario. Y no todos
los admitidos como funcionarios podían trabajar en el palacio
del faraón, ya que la selección era muy estricta.
Pero, si no había ineptos, sí pudo haber traidores, gente
movida exclusivamente por la ambición y el egoísmo, capaces de
fingir una fidelidad falsa. Y, dado el alcance de las pérdidas
en el exterior, incluso puede que no se tratase de egipcios.
Entre los más altos funcionarios del faraón había príncipes
extranjeros, que en muchos casos fueron tanto o más leales al
faraón que los propios egipcios. Tal es el caso de Aperel, o
de la familia de Yuya, abuelo de Akhenaton. Pero no siempre
tenía por qué ser así, y en este caso hay sospechas de Tutu,
ministro de Hacienda y Asuntos Exteriores, que también
controlaba la oficina de la correspondencia del faraón, y que
algunos egiptólogos creen que puede ser un hijo de
Abdi-Ashirta de Amurru. Naturalmente, Tutu no habría estado solo
en sus conspiraciones, dentro y fuera de Egipto. Y una gran
parte de los cómplices de Tutu serían egipcios, más deseosos
de riqueza que fieles al faraón y a la patria. En la novela
Waenremib se expone una posible trama de acontecimientos
que, si bien es sólo una hipótesis, permitiría, en caso de
poder probarse, explicar el fracaso tanto interior como exterior
del gobierno de Akhenaton de una forma más lógica y conforme
a los datos que las presentadas hasta ahora (ineptitud o
indolencia del faraón, ineptidud de los funcionarios, etc.).
No hay comentarios:
Publicar un comentario