Reutilización o apropiación NO es damnatio memoriae
Estatua rota de Horemheb y Mut-Nedjemet |
La apropiación por Horemheb de los monumentos de los cuatro faraones anteriores se ha interpretado con frecuencia como damnatio memoriae. Pero muchos otros faraones (casi todos) reutilizaron o se apropiaron de monumentos más antiguos. Esto, de hecho, era una costumbre, y no está vinculado a la damnatio memoriae, ya que se trataba de reyes que deseaban incluir entre sus obras parte de las de faraones a quienes veneraban.
Amenemhêt I puso en su complejo de pirámide bloques inscritos de reyes de dinastías más antiguas. Amenhotep III desmanteló monumentos y reutilizó materiales de reyes anteriores, desde Senusert I hasta su propio padre Tutmosis IV. Está probado que estos reyes veneraban a sus antepasados y no trataban de hacerles olvidar. Los ramésidas, sobre todo Ramsés II, fueron quienes más reutilizaron monumentos, no de faraones cuya memoria quisieran suprimir, sino todo lo contrario. Horemheb reutilizó materiales de Amenhotep III, y también puso piedras del complejo de la pirámide de Djoser, que llevaba mucho tiempo semiderruido, en su propia tumba menfita. Esto no era robar, ni usurpar, ni damnatio memoriae : lo que se pretendía con ello era la unión con el rey venerado y su continuación, no la supresión de su recuerdo.
La damnatio memoriae se hacía destruyendo, no conservando y cambiando de nombre. Cuando algo se consideraba maldito, se destruía y se desechaba. no se reutilizaba, y mucho menos en lugares sagrados o como imagen pública del faraón. Aun suponiendo que el caso de Akhenaton sí fuera de damnatio memoriae, a ningún faraón se le habría ocurrido jamás colocar en un templo algo que considerase inmundo o maldito. Y mucho menos Horemheb, si, como se cree, no era un miembro de la familia real, ya que, en tal caso, trataría menos que nunca de hacer nada que le trajera mala suerte o mala fama. Los pilonos del templo formaban parte de éste sobre tierra sagrada (los no ordenados uab o "puros" no podían entrar en el templo). Introducir en el templo objetos de un hereje, como se supone que eran los talatat de Akhenaton, o las estatuas suyas que se encontraron en el patio, podía desatar, según las creencias egipcias, una terrible maldición. Cierto es que estas cosas ya estaban allí desde que las hizo poner Akhenaton, pero, en vez de sacarlas y destruirlas o darles usos profanos, Horemheb no hizo sino dejarlas allí para siempre.
Los egipcios consideraban sagrada su imagen, y más en el caso del rey. Estatuas y relieves de los faraones amárnicos con el nombre de Horemheb serían inconcebibles si Horemheb los hubiera considerado malditos. Él jamás hubiera querido aparecer con sus caras, como hicieron otros reyes con los faraones a quienes admiraban. Pero resulta que se han hallado estatuas y relieves con el nombre de Horemheb y el rostro de Tutankhamon (¿o Akhenaton?) y el de Ay.
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