Horemheb adorando a Atón, el Creador heliopolitano (representado al estilo tradicional), grupo escultórico |
Por qué Horemheb quiso preservar (y no destruir) la memoria de Akhenaton
Quiso hacerlo
Un estudio mínimamente detallado, con los datos disponibles, del comportamiento del faraón Horemheb no muestra que él tratara de execrar o borrar para siempre la memoria de los faraones amárnicos. El prejuicio lleva a creer que tuvo que ser así, y que todo dato tiene que probar sólo eso, pero los datos, sin ese prejuicio, no pueden probarlo. Es cierto que hubo damnatio memoriae contra Akhenaton, pero nada prueba que fuera causada por voluntad de Horemheb, y, además, ciertas acciones deliberadas suyas actuaron de forma contraria a ella.
Horemheb no pudo haber guardado por error o descuido los talatat de Akhenaton como relleno de los pilonos del templo de Amón, puesto que no fueron algunas decenas : fueron decenas de miles. Y tampoco adoptó involuntariamente el rostro de los faraones amárnicos al darles su propio nombre en diversos monumentos. Horemheb sabía muy bien lo que hacía, e hizo lo mismo que la mayoría de los faraones : tomar para sí parte de la obra, de la apariencia y del ka de los faraones por él más admirados, con los que deseaba identificarse. Sólo que, dadas las circunstancias de la coyuntura histórica en la que le tocó reinar, tuvo que hacerlo en silencio, sin proclamar a los cuatro vientos su identificación con los cuatro faraones anteriores.
Ramsés II nunca tuvo que ocultar su admiración por los faraones de los que tomó estatuas. Pudo fusionar en éstas su identidad con la del rey representado, poniendo el nombre de Ramsés a, por ejemplo, el rostro de Sesostris. Nada le impedía hacer de ello un gran acontecimiento, una celebración que pudo formar parte de alguno de sus numerosos Heb-Sed.
Horemheb no pudo exhibir su identificación con la misma alegría que luego mostró Ramsés, pero, aunque discretmente, sí llevó a cabo esa identificación. Lo hizo mediante su nombre (que era el de Smenkh-Ka-Re y el de una hija de Akhenaton), su imagen (apropiándose de estatuas y relieves de los reyes amárnicos) y sus obras constructivas (en el mismísimo templo de Amón). Lo hizo en todo lo más sagrado para un egipcio, y más para un faraón. La cuestión es ¿por qué?
Puede parecer conveniencia
Los padres de Akhenaton aprobaban la mayor parte de las reformas de su hijo. Sin embargo, nadie en Egipto quiso suprimir nunca la memoria de Amenhotep III, quien había consentido en lo que hizo Akhenaton. No fue la familia real quien deseó borrar el nombre de Akhenaton de las listas de reyes.
Como servidor del faraón, a Horemheb no le convenía enemistarse con él o su familia. Si una revuelta popular quería suprimir a Akhenaton, o si los sacerdotes tramaban algo contra él, no era precisamente a Horemheb, cuyo poder dependía del faraón, a quien convenía.
Horemheb no era un militar cualquiera que hubiera tomado el poder por la fuerza. Su caso no era como el de Napoleón, ni como el de Franco, por más que también se le llame Generalísimo. El marqués Horemheb no llegó a la jefatura de todo el ejército egipcio por conquista, ni mediante una revolución, rebelión o golpe de Estado, como a veces se ha dicho: ese cargo de comandancia suprema se lo dio el faraón.
Si Horemheb, como tantos autores creen, no era un miembro de la familia real, el suprimir de las listas de reyes y de la Historia los nombres de los miembros de dicha familia que le otorgaron la máxima autoridad habría implicado borrar también el derecho de Horemheb al trono. Caso distinto sería que se tratase de un príncipe de sangre en competencia contra sus parientes, ya que entonces el parentesco legitimaría en cierto modo sus aspiraciones. Pero también pudo tratarse de un príncipe sin nada en contra de sus predecesores, que quiso proteger sus nombres de la deshonra a la que eran sometidos injustamente, y ésa es la tesis sobre la que se forja la novela Waenremib.
Pero no fue por mera conveniencia
La conveniencia no pesa lo suficiente en este caso. Es cierto que, siempre jugando limpio, no convenía a Horemheb execrar a quienes le habían dado el máximo poder sobre la nación y a quienes debía la corona, ya que ello implicaba declarar nulo su propio derecho al trono, otorgado por los personajes execrados o borrados como inexistentes (salvo que Horemheb fuera un príncipe de sangre, heredero por derecho propio, y no le pareciera, además, deshonroso execrar a su propia familia).
Pero la realpolitik no sabe nada de juego limpio ni de derechos válidos : el poder se toma por la fuerza, y listos. ¡Cuántos no han adulado a gobernantes para ascender, y luego los han traicionado y negado toda relación con ellos! ¡Y cuántos no han asesinado a su propia familia por el poder!
No obstante, Horemheb no hizo nada de eso. El poder le fue dado, y él esperó a que se lo dieran. De haber tomado el poder por la fuerza, no se habría arriesgado después a adoptar los nombres y rostros de aquellos cuya fama sólo podía perjudicarle en sus propósitos.
Que Horemheb no tomase el poder por la fuerza, pudiendo recibirlo como recompensa por su buen servicio, tal y como ocurrió, aún puede interpretarse, en cierto modo, como conveniencia. Pero ya no puede verse así el tratar de preservar, aunque fuera en secreto, la memoria y el ka de los reyes amárnicos, en un momento histórico en el que le habría convenido realizar una auténtica damnatio memoriae (como la que sufrieron algunos monumentos del propio Horemheb, destrozados aposta), y, aún más, una execración pública de ellos, como hacen tantos políticos, cuando ascienden al poder, con sus antiguos aliados : los árboles caídos siempre dan buena leña.
Pero no se ha hallado una sola prueba de que Horemheb actuara de ese modo, y sí hay indicios importantes de lo contrario. Podemos llamarlos pruebas, ya que es difícil que puedan interpretarse de otro modo, salvo suponiendo que Horemheb, hombre de gran inteligencia, hizo la gran tontería de guardar ciertas piedras en un templo en vez de destruirlas, echarlas al Nilo o construir retretes o pocilgas con ellas. Otra posibilidad es que Horemheb ordenara hacer eso y nadie le obedeciera, pero resulta que la "moda" entre el pueblo egipcio no era entonces precisamente conservar cosas del "Rebelde", sino todo lo contrario.
Fue por amor y justicia
¿Por qué quiso Horemheb preservar la memoria de Akhenaton y sus sucesores? Si no fue por pura conveniencia (y no pudo haberlo sido, dadas las circunstancias), sólo queda una explicación : Horemheb amaba a esos cuatro faraones (quizá también porque eran su familia), y consideraba injusta su deshonra, aun si él estaba en profundo desacuerdo con las políticas de Akhenaton.
No pudiendo oponerse a la corriente mayoritaria sin crear aún más desorden, Horemheb optó por la discreción. No puede hablarse de hipocresía cuando sus nombres de trono son los de la familia del "hereje", y cuando las caras de algunos miembros de ésta pasan a llamarse, sobre la piedra, "Horemheb".
El rey Horemheb se limita a no perseguir a los execradores. No participa activamente en la execración. De forma discreta, incluso honra a los execrados, y, si los suprime de la memoria pública, es más para evitar su deshonra que para promoverla. La gente puede olvidar, pero Amón no, y Amón, si existe, tiene dentro de su templo el nombre de Akhenaton. Incluso hay estatuas de culto de Amón con el rostro de Akhenaton, trnsmitido por Tutankhamon. Y Horemheb no las destruye; a lo sumo, les pone su nombre.
Si Horemheb era creyente, sabía que Amón no toleraría en su templo nada de quien se hubiera rebelado contra él, por lo que Horemheb tuvo que haber pensado que Akhenaton NO era un hereje (Amón, divinidad local de Tebas, había asumido la identidad del Creador todopoderoso, el Atum o Atón de Heliópolis, también llamado Ra, que Akhenaton adoraba en su forma de Iten o Aten). Y si Horemheb no era creyente, no se habría tomado tantas molestias salvo que quisiera con toda su alma guardar la memoria de Akhenaton y sus sucesores para las generaciones venideras.
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