¿Y si el autor de la carta a Suppiluliuma no fue una reina?
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Cámara mortuoria de Tutankhamon. El faraón que oficia como sacerdote ante Tutankhamon-Osiris (derecha) es Ay. |
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Ankhe-es-en-Amon (detalle del respaldo del trono de Tutankhamon) |
El
debate entre los egiptólogos que discuten sobre qué reina
pudo ser la Dahamunzu o reina egipcia viuda que mencionan los
textos hititas (para unos autores, Nefertiti; para otros, alguna
de sus hijas) podría tomar otro rumbo si resulta que quien
escribió a Suppiluliuma una supuesta petición de un príncipe
como futuro esposo de la reina viuda no fue precisamente una
reina.
La reina viuda no pudo ser Nefertiti, ya que al morir Akhenaton sí había herederos de éste para el trono, y la prueba es que reinaron. De haber querido casarse, Nefertiti habría podido hacerlo con su propio hermano Nakht-Min; no le hacía falta un príncipe extranjero, y menos de un pueblo que estaba en guerra contra Egipto. Además, hay indicios de que Nefertiti pudo haber muerto antes que Akhenaton (su rastro arqueológico desaparece antes de la muerte de su esposo).
Tampoco pudo tratarse de Merit-Aton, ya que, en su caso, quedaba Tutankhamon como heredero, y ella también tenía la opción de casarse con Nakht-Min, si es que ella no murió antes o a la vez que Smenkh-Ka-Re, víctimas ambos de un atentado. La momia de la tumba KV35 correspondiente a una joven, que ahora se cree que es la madre de Tutankhamon (quizá porque es su hermana y comparte con él la mitad del ADN) presenta grandes destrozos, algunos de los cuales tuvieron lugar antes de la muerte, lo que indicaría un asesinato. Por lo demás, la momia presenta un gran parecido morfológico con Nefertiti (por un tiempo se ha creído que era ella), pero es mucho más joven, por lo que podría tratarse de Merit-Aton.
La reina que más autores creen candidata a Dahamunzu es Ankh-es-en-Amon, viuda de Tutankhamon, ya que, en su caso, no hay hijos ni hermanos del faraón. Pero es raro que una reina egipcia que tiene al menos un tío, como Nakht-Min, o un general con el poder, la inteligencia y la belleza de Horemheb (quizá también, además, pariente lejano suyo) busque un consorte en el extranjero, y más en el país contra el que ha estado luchando su difunto esposo.
¿Un desesperado intento de lograr la paz entre Egipto y Hatti? Las circunstancias parecen sugerirlo, pero resulta que también hay discrepancias cronológicas que hacen altamente improbable (por no decir imposible) que Ankh-es-en-Amon sea la autora de la carta a Suppiluliuma. La más notable es que, si ella envió esa carta al morir Tutankhamon, el entierro tuvo lugar, tras el embalsamamiento, a los 70 días, y el viaje desde Egipto hasta Hatti tardaba dos meses de ida y dos meses de vuelta (y se sabe que hubo dos cartas, la primera rechazada y la segunda aceptada, con sus correspondientes respuestas). En tal caso, al llegar a su destino la primera carta, Tutankhamon ya estaba enterrado, pero resulta que Ay, que presidió el entierro ya como faraón, estaba coronado y tenía ya nombrado un sucesor o dos (Nakht-Min, y quizá Horemheb).
Se sabe que Ay y Horemheb tomaron medidas muy estrictas para que no faltase un sucesor legítimo en el trono de Egipto en caso de que Tutankhamon muriera sin descendencia. Siendo así, a nadie se le habría ocurrido escribir al rey hitita pidiéndole un príncipe. No es probable que Ankh-es-en-Amon sintiera ningún asco por su tío Nakht-Min, o siquiera por Horemheb. Y nadie le obligaba a casarse, ya que la reina principal habría podido ser igualmente Tey, la esposa de Ay, tal y como fue. De haber querido, de todos modos, casarse con un hijo de Suppiluliuma, habría tenido que renunciar al trono de Egipto y marcharse a Hatti. De otro modo, no le habría dado tiempo, ya que, mientras el mensajero llevaba la primera carta a Hatti, Ay ya habría sido proclamado faraón. La joven reina viuda tenía que saber que la idea de hacer faraón a un hitita no era realizable si había otros candidatos, simplemente por falta de tiempo.
Hay autores que sugieren que pudo ser Ay, en un gesto por conseguir un pacto de paz, quien se propuso que su nieta se casara con un príncipe hitita, que iba a sucederle a él como faraón, y, al ver que Zannanza había muerto, Ay tomó a su nieta por esposa. Quizá esta hipótesis sea menos improbable que las anteriores, pero Ay tenía dos sucesores directos, un hijo y un yerno. No le hacía falta buscar herederos fuera de Egipto. Y para obtener un tratado de paz, tal cosa, en principio, podría parecer una buena idea, pero no debemos olvidar que Ay era un viejo militar que sabía que los hititas, y particularmente Suppiluliuma, no habían demostrado ser muy respetuosos de los pactos ni de la familia a la hora de obtener el poder. Ni Ay ni Horemheb habrían podido tener esa idea, propia de un pacifista a ultranza o de alguien que no hubiera tenido experiencia militar con los hititas.
Además está el contenido de la supuesta carta. Ninguna de las reinas entre Akhenaton y Ay tenía por qué verse rebajada a casarse con un súbdito, como dice la presunta carta a Suppiluliuma, ni siquiera Ankh-es-en-Amon, ya que podía casarse con el faraón (su propio abuelo, como se cree que hizo), o con su tío Nakht-Min, que, de sobrevivir a su padre, habría sido el siguiente rey. De haber fallado todo, quedaba Horemheb, que sólo se habría casado con ella una vez coronado (ya no sería su súbdito).
Tutankhamon había otorgado el oro del honor varias veces a Horemheb, y, mientras el joven rey estuvo bajo la regencia de éste, es probable que Tutankhamon y su esposa supieran que Horemheb sería faraón a falta de descendencia suya o de Ay. No es probable que vieran como un simple súbdito a quien había sido nombrado príncipe heredero de toda la tierra de Egipto. Hasta es posible que, faltos de sus padres, los jóvenes hijos de Akhenaton amasen a Horemheb (quizá también su tío, descendiente de Tutumosis III). Y al ser coronado, Horemheb era todavía un hombre atractivo. No es probable, pues, que Ankh-es-en-Amon sintiera asco por él hasta el grado de preferir a un extranjero totalmente desconocido. al que nunca había visto y del que no sabía nada. Y aun en el caso improbable de que ella odiase a Horemheb, tenía a Nakht-Min, un pariente mucho más cercano y más hermoso que Horemheb.
Si nadie en Egipto tenía motivos personales ni políticos para pedir un heredero hitita para el trono faraónico, ello hace pensar en una trampa dirigida a eliminar un príncipe hitita para provocar a Suppiluliuma. Alguien deseaba la guerra. Y no era egipcio, ya que Egipto estaba en el peor momento político, militar, social y económico, tras la crisis post-amárnica, para lanzarse a una gran guerra.
La reina viuda no pudo ser Nefertiti, ya que al morir Akhenaton sí había herederos de éste para el trono, y la prueba es que reinaron. De haber querido casarse, Nefertiti habría podido hacerlo con su propio hermano Nakht-Min; no le hacía falta un príncipe extranjero, y menos de un pueblo que estaba en guerra contra Egipto. Además, hay indicios de que Nefertiti pudo haber muerto antes que Akhenaton (su rastro arqueológico desaparece antes de la muerte de su esposo).
Tampoco pudo tratarse de Merit-Aton, ya que, en su caso, quedaba Tutankhamon como heredero, y ella también tenía la opción de casarse con Nakht-Min, si es que ella no murió antes o a la vez que Smenkh-Ka-Re, víctimas ambos de un atentado. La momia de la tumba KV35 correspondiente a una joven, que ahora se cree que es la madre de Tutankhamon (quizá porque es su hermana y comparte con él la mitad del ADN) presenta grandes destrozos, algunos de los cuales tuvieron lugar antes de la muerte, lo que indicaría un asesinato. Por lo demás, la momia presenta un gran parecido morfológico con Nefertiti (por un tiempo se ha creído que era ella), pero es mucho más joven, por lo que podría tratarse de Merit-Aton.
La reina que más autores creen candidata a Dahamunzu es Ankh-es-en-Amon, viuda de Tutankhamon, ya que, en su caso, no hay hijos ni hermanos del faraón. Pero es raro que una reina egipcia que tiene al menos un tío, como Nakht-Min, o un general con el poder, la inteligencia y la belleza de Horemheb (quizá también, además, pariente lejano suyo) busque un consorte en el extranjero, y más en el país contra el que ha estado luchando su difunto esposo.
¿Un desesperado intento de lograr la paz entre Egipto y Hatti? Las circunstancias parecen sugerirlo, pero resulta que también hay discrepancias cronológicas que hacen altamente improbable (por no decir imposible) que Ankh-es-en-Amon sea la autora de la carta a Suppiluliuma. La más notable es que, si ella envió esa carta al morir Tutankhamon, el entierro tuvo lugar, tras el embalsamamiento, a los 70 días, y el viaje desde Egipto hasta Hatti tardaba dos meses de ida y dos meses de vuelta (y se sabe que hubo dos cartas, la primera rechazada y la segunda aceptada, con sus correspondientes respuestas). En tal caso, al llegar a su destino la primera carta, Tutankhamon ya estaba enterrado, pero resulta que Ay, que presidió el entierro ya como faraón, estaba coronado y tenía ya nombrado un sucesor o dos (Nakht-Min, y quizá Horemheb).
Se sabe que Ay y Horemheb tomaron medidas muy estrictas para que no faltase un sucesor legítimo en el trono de Egipto en caso de que Tutankhamon muriera sin descendencia. Siendo así, a nadie se le habría ocurrido escribir al rey hitita pidiéndole un príncipe. No es probable que Ankh-es-en-Amon sintiera ningún asco por su tío Nakht-Min, o siquiera por Horemheb. Y nadie le obligaba a casarse, ya que la reina principal habría podido ser igualmente Tey, la esposa de Ay, tal y como fue. De haber querido, de todos modos, casarse con un hijo de Suppiluliuma, habría tenido que renunciar al trono de Egipto y marcharse a Hatti. De otro modo, no le habría dado tiempo, ya que, mientras el mensajero llevaba la primera carta a Hatti, Ay ya habría sido proclamado faraón. La joven reina viuda tenía que saber que la idea de hacer faraón a un hitita no era realizable si había otros candidatos, simplemente por falta de tiempo.
Hay autores que sugieren que pudo ser Ay, en un gesto por conseguir un pacto de paz, quien se propuso que su nieta se casara con un príncipe hitita, que iba a sucederle a él como faraón, y, al ver que Zannanza había muerto, Ay tomó a su nieta por esposa. Quizá esta hipótesis sea menos improbable que las anteriores, pero Ay tenía dos sucesores directos, un hijo y un yerno. No le hacía falta buscar herederos fuera de Egipto. Y para obtener un tratado de paz, tal cosa, en principio, podría parecer una buena idea, pero no debemos olvidar que Ay era un viejo militar que sabía que los hititas, y particularmente Suppiluliuma, no habían demostrado ser muy respetuosos de los pactos ni de la familia a la hora de obtener el poder. Ni Ay ni Horemheb habrían podido tener esa idea, propia de un pacifista a ultranza o de alguien que no hubiera tenido experiencia militar con los hititas.
Además está el contenido de la supuesta carta. Ninguna de las reinas entre Akhenaton y Ay tenía por qué verse rebajada a casarse con un súbdito, como dice la presunta carta a Suppiluliuma, ni siquiera Ankh-es-en-Amon, ya que podía casarse con el faraón (su propio abuelo, como se cree que hizo), o con su tío Nakht-Min, que, de sobrevivir a su padre, habría sido el siguiente rey. De haber fallado todo, quedaba Horemheb, que sólo se habría casado con ella una vez coronado (ya no sería su súbdito).
Tutankhamon había otorgado el oro del honor varias veces a Horemheb, y, mientras el joven rey estuvo bajo la regencia de éste, es probable que Tutankhamon y su esposa supieran que Horemheb sería faraón a falta de descendencia suya o de Ay. No es probable que vieran como un simple súbdito a quien había sido nombrado príncipe heredero de toda la tierra de Egipto. Hasta es posible que, faltos de sus padres, los jóvenes hijos de Akhenaton amasen a Horemheb (quizá también su tío, descendiente de Tutumosis III). Y al ser coronado, Horemheb era todavía un hombre atractivo. No es probable, pues, que Ankh-es-en-Amon sintiera asco por él hasta el grado de preferir a un extranjero totalmente desconocido. al que nunca había visto y del que no sabía nada. Y aun en el caso improbable de que ella odiase a Horemheb, tenía a Nakht-Min, un pariente mucho más cercano y más hermoso que Horemheb.
Si nadie en Egipto tenía motivos personales ni políticos para pedir un heredero hitita para el trono faraónico, ello hace pensar en una trampa dirigida a eliminar un príncipe hitita para provocar a Suppiluliuma. Alguien deseaba la guerra. Y no era egipcio, ya que Egipto estaba en el peor momento político, militar, social y económico, tras la crisis post-amárnica, para lanzarse a una gran guerra.
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