Posibilidad de una larga conspiración amorrea
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Amenhotep III |
El pueblo amorreo no siempre había sido la tribu seminómada de forajidos que era en la época de Tutankhamon. Antes habían llegado a dominar Mesopotamia y parte de Palestina. Sabían lo que era el poder. Y eran un pueblo guerrero, como prueba su actividad en la frontera oriental egipcia entre los reinados de Amenhotep III y Horemheb.
Un pueblo guerrero y con ansias de poder envía a uno de sus príncipes a estudiar a Egipto, donde el faraón podrá usarlo como "rehén" en caso de conflicto. Y resulta que, en ese momento, el joven faraón, que no tiene hermanos, está teniendo sólo hijas. Toda una tentación, una oportunidad histórica inigualable.
El príncipe amorreo es inducido por su padre Abdi-Ashirta a quedarse en Egipto, a jurar al faraón servirle hasta el fin de sus días. Así el faraón, que recela de enviar a sus hijas al extranjero, quizá le entregue una por esposa.
Los amorreos logran su objetivo, pero el faraón tiene un hijo varón. Y Tutu, el príncipe amorreo, también tiene un hijo, Aziru, y ruega al faraón que le permita enviarlo a Amurru, donde podrá reinar.
El faraón pierde a su hijo, pero tiene otro, el futuro Akhenaton, que dará grandes honores y riquezas a Tutu. Éste gozará de un poder que pondrá el destino de Egipto en sus manos. Tutu será el faraón efectivo mientras Akhenaton, el rey nominal, se dedica a ser un Ur-Maa más místico que el de Iunu.
Tutu hace todo lo posible para debilitar Egipto desde dentro y favorecer a Amurru desde fuera. Y, ya crecido y todo un guerrero, Aziru sucede a su abuelo Abdi-Ashirta y siembra el terror en Siria-Palestina, a la espera de la oportunidad de convertirse en faraón. Ésta tarda en llegar, pues Ay y Horemheb guardan como fieras al joven Tutankhamon.
La ocasión llega cuando el joven faraón sale a luchar por cuenta propia contra los hititas y muere en batalla. Es el momento para que Tutu, quizá desde un lugar oculto, escriba la fatídica misiva a Suppiluliuma, a quien la envía mediante el embajador Khani, su estrecho colaborador, ahora en el ajo. A la segunda carta, el rey hitita muerde el anzuelo. Las hordas subcontratadas por Aziru eliminan al príncipe hitita Zannanza y logran así provocar la guerra, en la que tienen previsto conquistar Egipto para Hatti y gobernarlo en vasallaje para Suppiluliuma. Ser faraón vasallo no está mal, comparado con ser rey de unas cuantas tribus de salteadores, y, a lo sumo, de parte de Siria (entonces no unificada).
Pero las cosas se tuercen por la peste. Mueren muchos hititas, incluso Suppiluliuma, y hay que abandonar la zona. Toda una "lástima" estratégica, pues quizá los amorreos ya se habían tomado la molestia de preparar una oportuna rebelión en Nubia para eliminar a Nakht-Min, y un buen plan para acusar a Horemheb de la muerte de Zannanza, de modo que el camino de Aziru al trono egipcio estuviera despejado.
Todo un argumento para una novela, del que no hay, por ahora, pruebas directas, pero al que se llega por eliminación al descartar las hipótesis fallidas hasta el momento (en las que la historiografía sigue insistiendo por falta de otras). Un argumento novelesco que podrá ser probado falso únicamente si surge una hipótesis alternativa que pueda ser probada por los datos arqueológicos, igual que han de ser sólo éstos los que conviertan, si se da el caso, la novela en historia.
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